Esbozaba lluvia este cinco de enero con luna llena, pero nada pasó, por el contrario, las estrellas hicieron una barricada y ganaron la partida. El primer programa del 2015 empezó con Rubén “Negro” Rada interpretando el tema Será Posible, transmitiendo energía y buenos deseos. Con el auspicio del Boletín Literario Basta ya! (www.boletinliterariobastaya.blogspot.com) recibimos a FANUE (Jorge Flores Soler) . Fanue fue humorista gráfico de la revista Hortensia y colaborador del suplemento infantil del diario Córdoba. Guionista y co-realizador del cortometraje “Dos hermanos” Premio de la Asociación Argentina de Televisión por Cable (Buenos Aires, 2004). Publica una saga de relatos “Episodios espaciales” en la revista Cítrica (Buenos Aires). En literatura infanto-juvenil ha publicado los libros: “Los casos del Inspector Chunchurreta” (Sudamericana, 2009); “ Los casos del inspector Chunchurreta 2” (Sudamericana, 2011); “La tortuga Refulgencia” (Guau Ediciones, 2011). Es autor del libro de relatos de ficción: “Teorías acerca de la desaparición de Alta Gracia”. Un placer en este inicio de año.
Fanue, presentando Desterradxs en Café del Alba, 9 de Julio 482
Leímos a Hugo Rivella y su poema “Oración del ojo” y en el segmento “De atrás para adelante” tuvimos a Hugo Mujica y Susana Zazzetti.
Escuchamos “No me nombres” por Javier y Andrés Calmaro y la banda uruguaya No te va a gustar se hizo escuchar con el tema “Ese maldito momento”.
Fanue nos habló sobre la ficción, la narrativa, el humor, del Inspector Chunchurreta, del niño que fue, habló de las virtudes y las contras de Jorge Flores Soler y también Jorge le dedicó unas palabras. Respondió al infaltable ping pong, habló de amigos, de Oscar Salas, de su estado de ánimo más frecuente, de las cosas que le disgustan y mucho mucho más.
¡GRACIAS FANUE!
¡GRACIAS JORGE FLORES SOLER!
Aquí algunos textos para que disfruten
César
Justo el día que tenía que jugar la final del campeonato, César encontró sobre la mesa de la cocina la nota donde Mariela le decía que lo dejaba.
Esa tarde el entrenador lo notó poco atento durante la charla técnica, pero igual lo puso de titular: no podía darse el lujo de prescindir de un defensor como él.
A los treinta del segundo tiempo, César fue a despejar un centro llovido sobre el área y en la pelota vio la cara de Mariela. Nadie pudo creer la acción del jugador: saltar más alto que cualquiera, tomar la pelota con las dos manos, llevársela a la cara.
Perdieron uno a cero por ese gol de penal.
—¿Qué hiciste, pibe? —le preguntó desarmado el entrenador, cuando terminó el partido.
—La besé —dijo César.
Indecisión
Dudó un instante, con la tijera en la mano.
Pensó para sí: una doli tuá de lalimentuá, osopete colorete una doli tuá…
El filo de la herramienta destelló bajo la luz blanca.
Ta te ti suerte para mí, si no es para mí será para ti…
—¿Está todo bien, doctor? —preguntó la instrumentista.
—Sí —mintió él.
Overview
Cuando en la conferencia de prensa le preguntaron al cosmonauta Vladimir Shapóshnikov qué había pensado cuando vio la Tierra como un minúsculo punto en la inmensidad del espacio, el astronauta mintió. “Pensé en la maravilla de la vida y en cuánto nos falta por aprender”, dijo frente a los micrófonos.
Pero la verdad –la inexplicable y rigurosa verdad– es que cuando la vio por la escotilla de la nave, Vladimir pensó que ahí adentro de esa lucecita azul, no más grande que la cabeza de un alfiler, tenía hormigas en la alacena de la cocina.
La casa de al lado
Algo extraño ocurre en la casa de al lado la noche del primer martes de cada mes.
Con impecable puntualidad, a cinco minutos de la medianoche, un automóvil se detiene por un instante frente a la casa y de él baja una mujer.
A fuerza de haberlo escuchado cientos de veces, reconozco el grave sonido del vehículo y el golpe amortiguado de su puerta al cerrarse. El auto siempre es el mismo. La mujer no. Un taconeo distinto –pero siempre sensual– cruza la vereda, atraviesa el descuidado jardín y trepa en las sombras los cuatro escalones que conducen hasta la puerta de entrada. Desde la calle, sin detener su motor, el automóvil vigila el andar de esos pasos que se pierden en la oscuridad.
La mujer llama a la puerta. Toc toc... toc. Todas lo hacen del mismo modo, con tres golpes: los dos primeros muy juntos; el tercero, luego de una breve pausa. Inmediatamente después de que la mujer se ha anunciado, el auto acelera suavemente y se va.
En la casa de al lado, el silencio devora los sonidos. Ninguna puerta se abre. Ningún llamado se vuelve a escuchar. Ningún paso regresa desde las sombras.
A la mañana, con la luz del día, pasaré por el frente de la casa y encontraré, como siempre, las baldosas de su vereda rotas, la maleza del jardín que ha crecido desmesurada, y hojas secas y papeles amontonados junto a la puerta. Como ocurre en casi todas las casas abandonadas.
Miedo de niño
De pequeño, a la hora de las buenas noches, antes de que mi madre apagara la luz de mi cuarto, le pedía que me arropara apretadamente metiendo los faldones de las cobijas bajo el peso del colchón. Así, me aseguraba que mis brazos y mis piernas no pudieran ir más allá de los límites de mi cama, pues creía que una mano monstruosa saldría desde abajo y me atraparía.
Con el paso de los años fui perdiendo ese natural miedo de niño. De a poco me acostumbré a dormir con las cobijas sueltas, a no temer si alguno de mis pies excede el territorio de mi cama, a dejar que mi mano cuelgue floja hacia el piso, y a sentir esos dedos descarnados y fríos que se cierran alrededor de ella, una vez que la oscuridad ha ganado mi habitación.
Pronóstico
Dijeron que fue un loco que se escapó del orfanato.
Que no saben cómo, pero que el muchacho se metió en el edificio del canal de televisión.
Que caminó por los pasillos, hasta entrar en el estudio desde donde se transmitía en directo el noticiero de la tarde.
Que se metió en escena, ante el asombro de todos, en el instante en que la chica del tiempo comenzaba a dar el pronóstico.
Que la sacó de cámara de una patada en el culo.
Y que alcanzó a anunciar, antes de que lo atraparan, un diluvio de luna.
Ahora un par de patrulleros van por él al hospicio donde hace unas horas lo devolvieron.
Los vehículos van a toda velocidad por las avenidas desiertas, bajo esa lluvia platinada que quema la piel.
La calesita
Me emociono al mirar a Juampi sentado sobre el caballito de colores. Lo veo venir con su risa fresca y me parece que fue ayer cuando la Flaca rompió bolsa y tuvimos que salir urgente al hospital. Cada giro de la calesita son unos ojos que nos buscan y una manito que nos saluda. Del centro del carrusel sale una canción de Gaby, Fofó y Milki que cuenta que la gallina Turuleca ha puesto un huevo, ha puesto dos, ha puesto tres. La Flaca se ríe y me abraza. “¡Chau, Juampiii!”, le dice cuando pasa frente a nosotros. Pienso que la felicidad sí tiene precio: lo que vale un ticket de calesita. Veo los dedos de Juampi que se hacen firulete en busca de la sortija y alcanzan a rozar el anillo. ¡Ah, casi! “¡Chau, Juampiii!” En la siguiente vuelta, lo veo mirar con atención los movimientos del sortijero, estudiarle el recorrido de la mano, adivinarle la gambeta. Vas a ver que en la próxima la saca, le quiero comentar a la Flaca, pero no termino la frase porque ella ya dice de nuevo “¡Chau, Juampiii!”. ¿No fue un chau Juampi adelantado?, me pregunto. Pero antes de encontrar una respuesta, ella vuelve a decir “¡Chau, Juampiii!”. Juampi sube y baja en su caballito, con una ondulación demasiado rápida. Su flequillo acompaña el vaivén y extremo de la camisa le aletea. “¡Chau, Juampiii!”, vuelve a decir la Flaca. Miro al sortijero y descubro en sus ojos un fulgor extraño, un brillo malintencionado. “¡Chau, Juampiii!”. ¡Amalia!, le grito. Pero ella está absorta en el girar de la calesita; una mueca de sonrisa se le dibuja debajo de sus ojos que parecen hipnotizados. “¡Chau, Juampiii!”, dice otra vez. Los maderos del carrusel comienzan a crujir. Juampi ya no ríe: ahora su gesto es de susto; tampoco saluda: necesita las dos manos para sujetarse a la baranda que sube y baja con la cadencia de un galope de verdad. “¡Chau, Juampiii!”. Sacudo a Amalia y le doy una bofetada en un vano intento por rescatarla del trance. “¡Chau, Juampiii!”. La mano del sortijero se mueve demasiado rápida, casi una mancha en el aire de la tarde; sus ojos destilan locura y un hilo de baba le cuelga del labio. “¡Chau, Juampiii!”. La fuerza centrífuga se acentúa y la gallina Turuleca ya va por el huevo setenta y ocho. Unos remolinos se dibujan en el suelo y comienzan a levantar hojas secas y papeles de caramelos. “¡Chau, Juampiii!”. Las piernas del niño empiezan a despegarse de la figura del caballo. “¡Chau, Juampiii!”, no para de decir Amalia. Juampi grita. De algún lugar de la calesita sale despedido un bulón que pasa al lado de mi cabeza y golpea atrás, en un banco de madera. “¡Chau, Juampiii!”. “¡Chau, Juampiii!”. Aferrado al barrote, con las piernas que le escapan hacia afuera, el cuerpo de Juampi parece una banderita. “¡Chau, Juampiii!”. “¡Chau, Juampiii!”. “¡Chau, Juampiii!”. Un empujón interno me saca de mi lugar y reacciono. Arranco una de las tablas del banco más próximo y la enarbolo como un arma salvadora. Corro hacia la figura del sortijero y le estrello la tabla en la cara. Una masa de sangre y dientes vuela hacia un costado. El hombre da unos pasos hacia atrás, trastabilla y golpea su cabeza contra la pared de la boletería. Entonces la velocidad de la calesita parece menguar. Corro al lado de ella y logro rescatar a Juampi. Vuelvo jadeando, con el niño en brazos. Amalia me mira confundida; tiene las manos pegadas a los costados del rostro, enmarcando su boca abierta. La tomo del brazo y salimos rápido a la calle, mientras los payasos cantan que sus barbas tienen tres pelos.
Jorge Flores Soler -Fanue
PRÓXIMO INVITADO: MIGUEL CARINI